Nijinsky y el Ballet de la Opera de París

Espectro y fauno: Nijinsky, en el Generalife.

Estrellas y solistas del Ballet de la Opera de París homenajean en el 67º Festival de Granada a los Ballets Russes de Diaghilev al cumplirse 100 años de su actuación en la ciudad.

Cuando los Ballets Russes bailaron en 1918 en Granada, ya no estaba con ellos Vaslav Nijinsky. Había sido despedido por Serge Diaghilev, sintiéndose amante traicionado cuando el ídolo del ballet se casó con Romola de Pulzky en 1913. Aunque le había permitido regresar durante esos años finales de la década, ya que los empresarios exigían que bailara quien era el astro de la danza mundial, Nijinsky estaba cada vez peor de la galopante esquizofrenia que padecía y a partir de 1919 iniciaría su reclusión en un psiquiátrico en Suiza, hasta su muerte en 1950.

En la noche del sábado, la gala de Estrellas y solistas del Ballet de la Opera de París dedicada en el 67º Festival Internacional de Música y Danza de Granada a los Ballets Russes se pudo ver a Nijinsky a través de los dos étoile que lo interpretaron. El sensual y magnético bailarín estuvo aquí recordado en dos de sus papeles más icónicos, en ambos vestido sólo con un maillot completo subrayando la estética andrógina que tanto cultivó. Primero, interpretado por un titubeante en las piruetas Germain Louvet, en El espectro de la rosa, de Michel Fokine, sobre Invitación a la danza, de Weber, donde una hierática Laetitia Pujol era la muchacha que soñaba con ese fantasma de su flor; y, después, le vimos en su papel más animalesco por Mathieu Ganio para Preludio a la siesta de un fauno, con Emilie Cozette como la Ninfa, rememorando también así el centenario de Debussy, principal tema del festival dirigido desde este año por Pablo Heras-Casado.

La responsabilidad de quienes son estrellas del Ballet más antiguo del mundo en su cometido de llevar el arte de la danza a sus más altos estratos y con el rigor exigido debería percibirse en cada una de sus intervenciones, aún más si son de pocos minutos y si, encima, no conllevan ningún gran esfuerzo coreográfico o técnico para bailarines de alto rendimiento con son los que se anuncian.

Ninguna compañía del mundo tiene la tradición del Ballet de la Ópera de París. Sus orígenes comienzan a configurarse desde Catalina de Médicis, en 1561, con el estreno en la corte del Ballet Comique de la Reine. En ese ambiente donde empezó a tomar fuerza el ballet -importado de Italia, pero remodelado y afinado en París- creció el futuro Luis XIV, gran bailarín que cada mañana tomaba su clase de ballet con el maestro Beauchamps y cuyo apodo de Rey Sol le viene de su personaje en el Ballet de la Nuit que le compuso Lully.

Con la creación de la Academie Royal de la Danse, en 1661, el monarca dio el apoyo y respeto a un arte que sigue siendo atesorado en París más de 350 años después, dentro de la estructura de la Opera. Y se ha mantenido desde el Antiguo Régimen, pasando por la Revolución, el Terror, el Directorio, el Imperio, la República y cualquier momento de cambio político y social, siempre viva. El ballet pervive por encima de lo político, algo que esperamos se retome en España.

Alessio Carbone ha sido el responsable de la dirección de esta gala, que es privada, no tiene nada que ver con las estructuras de la Ópera de París y poco acertada en la elección de una de sus obras, si bien cerró con el bello Raymonda, ballet cumbre de Marius Petipa, el primero que montó Nureyev cuando llegó a París a dirigir en 1983 el Ballet de la Ópera, y una de las partituras más bellas de Glazunov.

Amandine Albisson y Germain Louvet estuvieron correctos en sus intervenciones en solitario de esta recreación del tercer acto que contó con sólo cuatro parejas acompañándoles, por lo que se veía un tanto desnudo el escenario que, en su original, es un derroche de espectáculo.

Carbone, no sabemos si por decisión suya, del manager que trae esta gala o del director del festival, ha decidido que fuese Granada su conejillo de indias (cuando tanto se necesita ver en España los clásicos de la danza de cualquier época: ¡no tenemos a los ballets nacionales intalados en su teatro!) y ha tenido campo libre para programar el estreno de una coreografía que firma Simone Valastro, de corte contemporáneo muy años 90, vistiendo a los bailarines de traje y corbata, sin el glamour que tiene un vestuario de escena elaborado, como sí tenían las otras obras, y nada menos que sobre El hijo pródigo. Este ballet de Balanchine y Prokófiev de 1929 es una obra maestra en su original e importante en la historia de los Ballets Russes porque fue la última creación que realizó George Balanchine para ellos antes de deshacerse la compañía por la muerte de Diaghilev. Balanchine se convertiría en el coreógrafo más importante del ballet del siglo XX y El hijo pródigo debería haberse traído en su original ya que sigue interpretándose por el New York City Ballet, entre otras compañías.

Porque un ballet no es sólo la música y aquí además en el origen de la partitura está el trabajo conjunto con un coreógrafo. El hijo pródigo de Balanchine y Prokofiev va a cumplir 90 años y dramáticamente tiene más energía y fuerza que la versión de estreno contemporánea vista en este Festival. Por Cristina Marinero para El Mundo (9/7/2018).

Una imagen de la representación en Granada. FESTIVAL DE GRANADA
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