Clara, la heroína y personaje principal del ballet El Cascanueces, ha cambiado su nombre a lo largo de la historia. En el cuento de hadas de Hoffmann «El cascanueces y el rey de los ratones», el nombre de la niña era Marikhen, en el libreto de Petipa, Clara, que se convirtió en Marie durante los eventos de la Primera Guerra Mundial y boicot a todo lo alemán, y Masha en la época soviética gracias a la versión vanguardista de Fyodor Lopukhov en el Teatro Kirov en 1929. Ahora, el nombre Clara es más común en las producciones europeas y americanas.
La historia trata sobre el nuevo juguete de la joven Clara, el Cascanueces, recibido la noche de Navidad que cobra vida y, después de derrotar al Rey Ratón tras una dura batalla, la lleva a un reino mágico poblado por muñecos.
El Cascanueces, en la producción de Yuri Grigoróvich para el Bolshoi de Moscú, es uno de los más tradicionales. Las enormes ramas de los árboles y los adornos en movimiento junto al árbol de navidad que se hace gigante en plena noche de tormenta de nieve te hacen sentir parte de un mundo mágico. La coreografía es simple y preciosa y encaja perfectamenmte con la maravillosa música de Piotr Ilich Tchaikovsky, siendo la tercera y última de sus partituras de ballet, precedida por las partituras igualmente grandiosas de El lago de los cisnes y La bella durmiente.
En la escena final, cuando Masha despierta de su sueño de fantasía, parece que no era un artista adulto quien bailaba, sino una niña pequeña creada por Ekaterina Maksimova. Para mí, Masha solo es Maksimova, Grigorovich es un gran coreógrafo y, por supuesto, la música sinfónica mas divina del mundo, la de otro genio, Tchaikovsky. Una producción colosal.
Ni que decir que Masha/Maximova es la más querida de todos los tiempos.
Maksímova y Vasiliev, inolvidables por siempre.