Bailarina, coreógrafa, maestra de baile, pensadora y creadora de una de las primeras técnicas de la danza moderna, Isadora Duncan dejó un gran legado en el mundo de la danza. Hoy en día su visión acerca de la danza como expresión de la condición humana sigue vigente.
La gran contribución de Duncan a la danza no se limita a su técnica de baile y coreografías. Duncan dedicó su vida a hacer visible la danza como un arte legítimo. Hizo numerosas conferencias acerca de la danza y escribió The Art of Dance (El arte de la Danza), un libro que se ha convertido en un requisito de lectura para los que estudian danza.
Isadora Duncan y la música.
Por Carolina de Pedro Pascual . Miembro de The Isadora Duncan Archive, New York.
Barcelona, 21/04/2022.
Una de las mayores contribuciones de Isadora Duncan a la danza no solo fue la búsqueda del movimiento libre, sino también el uso de la música de los grandes compositores clásicos que nunca antes habían sido utilizados para ser bailados. Mendelssohn, Beethoven, Schubert, Schumann, Mozart, Wagner y Chopin, llegan a su vida siendo ella una niña al escuchar a su madre tocar el piano.
Es así como nace en Isadora una profunda conexión entre los “grandes maestros compositores» que le servirán para expresarse, no solo en su manera de bailar sino de «vivir la danza» durante toda su vida y a lo largo de toda su carrera.
Al principio su manera de bailar era instintiva. Siempre al compás de música clásica que estuviese en íntima conexión con sus sentimientos, sus emociones fluían y se materializaban a través de su cuerpo donde sus brazos y sus piernas se movían libremente en una nueva forma de danza.
Mas tarde, y viviendo en Europa, su fuente de inspiración fueron las pinturas y esculturas de los grandes museos que comenzaron a dar forma y moldear movimientos y poses mas estudiadas, elaboradas y refinadas con cierto sentido y estilo estético. En esta época utiliza para sus coreografías música de Johann Sebastian Bach, Claudio Monteverdi y las famosas danzas y música vocal de las óperas de Christoph Willibald Gluck, su favorito.
La elección musical para sus presentaciones intercalaba a los grandes compositores – Shubert, Brahms, Chopin, Wagner, entre otros – que eran interpretados por un pianista o una orquesta. En cuanto a la utilización de los clásicos musicales para sus danzas, mucha gente entendida de la época se sentía profundamente ofendida al ver como una bailarina (que aparecía en el escenario sin maquillaje y con el cabello suelto, descalza y con una túnica al estilo griego con la cual se vislumbraba su cuerpo al moverse sin ningún tipo de pudor ni de prejuicio), tenía la osadía de utilizar las grandes obras artísticas musicales, como la 7ta sinfonía de Ludwig van Beethoven y de Richard Wagner el Preludio y muerte de amor de Tristán e Isolda.
Todo esto asegurando que ella era “el alma de la música».
Con el tiempo y la experiencia, la Duncan llegó a tener una amplia cultura musical. Su repertorio fue grande, tanto es así que llegó a utilizar dos completamente diferentes: uno para Occidente y otro para la Unión Soviética. Su lado reivindicativo y de protesta social siempre estuvo vivo, tal es así que bailó La Marsellesa de Joseph Rouget de Lisle, en Buenos Aires el Himno Nacional Argentino, La Marcha Eslava de Pyotr Ilyich Tchaikovsky, la famosa Internacional de Eugène Pottier y Pierre Degeuter y canciones populares afines a la Revolución rusa como «Kalinka», «Canciones de la Revolución», «Marchemos, bravos camaradas» entre otras.
Pero es a causa del dolor por la muerte de sus tres hijos cuando da a luz a sus obras mas dramáticas e importantes siendo «Madre» (Mother) la mas conocida. La pieza es una obra maestra. Un solo, un movimiento diagonal que basta para contar la vida de una madre criando a su hijo.
En «Madre» la sencillez y el sentimiento iluminan la danza. Las tres piezas La travesía, Revolucionario y Madre froman parte de una trilogía de bailes que Duncan creó alrededor de 1923 con música del genial compositor ruso Aleksandr Skriabin: «Impressions de Russie, danzas en tres estudios de Skriabin» – Etude, Op. 2, No. 1 (Mother) – Etude, Op. 42, No. 5 (The Crossing) – Etude, Op. 8, No. 12 (Revolutionary).
«La danza no le pertenece a nadie. Cada uno debe encontrar sus propios gestos», escribió la bailarina en su autobiografía, «Mi vida».
Isadora contribuyó a que la danza sea reconocida como una nueva forma de arte. Abrió la puerta hacia la libertad y la modernidad.
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