Maurice Béjart solía decir «que al verla se sentía más creativo e inteligente». Muchos coreógrafos se habrán sentido en el mismo estado de ánimo al trabajar con ella. Sylvie Guillem fue una bailarina notable, una mezcla explosiva y soberbia de gimnasia y danza, con una figura femenina, esbelta (1m72 por 50 kgs) y unas piernas increíbles. En el mundo de la danza, se la ha llamado reina, monstruo sagrado, ¡la última Ballerina Assoluta!
Autor, Lisa Pascaretti – Plumes, pointes, palettes et partitions.
Estaba dotada de una técnica deslumbrante, gran musicalidad, expresión emocional controlada, una bailarina llena de encanto y gracia en sus movimientos, con una hermosa apertura mental que le permitía ampliar su paleta y bailar en diferentes directorios siempre con gran soltura. Tenía fama de ser una de las raras bailarinas que nunca descansaba en sus logros, era infinitamente exigente consigo misma y mostraba una gran concentración.
Tenía, además, una relajación y una extensión en los movimientos, completamente inimitable, y logró, gracias a su gran talento, construir una carrera formidable que no se parece a ninguna otra. Voluntario, feroz, independiente, anticonformista, de carácter fuerte, irreductible a los convencionalismos, a las costumbres, apresurándose siempre con un único lema: ¡la perfección o nada!
Ella tuvo la inteligencia de no limitarse a querer bailar solo clásica, no porque negara su formación, sino porque quería poder tener, sobre todo, ¡la libertad de expresar SU baile! y esto con otras formas de hacerlo distintas al repertorio clásico, haciéndolo a su manera, retándose a sí misma, siempre con la misma flexibilidad, la misma delicadeza, la misma intransigencia, la misma estética que la caracteriza.
Nació en la Clinique des Lilas de París en 1965. Como era una niña bastante tímida, su madre, profesora de gimnasia en Blanc-Mesnil, decidió formarla muy pronto en esta disciplina, adonde se dirigió. extremadamente dotada, a tal punto que será preseleccionada en el equipo de Francia para la preparación de los Juegos Olímpicos de Moscú. En ese momento, sus ídolos no eran las bailarinas, sino Nadia Comaneci.
Y es la gimnasia la que, en cierto modo, lo llevará a bailar. De hecho, antes de perfeccionar su formación, fue enviado, con su equipo, a realizar unas prácticas de danza en la Ópera de París. Muy rápidamente se hará notar por el director de la época: Claude Bessy, quien encuentra sus inmensas disposiciones debido a su flexibilidad y facilidad de movimiento. La asombra enormemente, la seduce y es ella quien la «desviará» de la gimnasia para llevarla a apreciar la danza.
Ingresó al 2º año directamente en la escuela de danza de la Ópera donde los demás profesores la recibieron con alegría e interés, asombrados por su destreza técnica y sus increíbles saltos. A los 16 años se incorporó al cuerpo de baile, subió a un ritmo vertiginoso todos los peldaños que tenía por delante: Cuadrilla, Corifeo, Sujeto, Primera Bailarina. Un título que no mantendrá por mucho tiempo ya que será nombrada, cinco días después, Estrella durante su actuación en El lago de los cisnes.
La danza no fue el mundo en el que evolucionó, pero se enfrentó al desafío de manera brillante, y con el tiempo se enamoró de verdad de este arte con, hay que reconocerlo, mucha suerte: gracias al entrenamiento y la resistencia que había adquirido en la gimnasia. Apoyó muy bien lo de la danza clásica y las horas repetidas en puntas o en la barra.
Ella, que no se soñaba con un tutú, sino como una deportista de alto nivel, se dejará llevar por completo por la escena y todas las emociones que ésta proporciona. Es en este escenario que dirá, la primera vez que pisó el suelo, que el baile iba a permitir que su cuerpo expresara todas las cosas y los sentimientos que sentía muy dentro de ella. El baile le brindará la oportunidad de superar mejor su timidez y encontrar, a través de él, una forma «casi desesperada» de superar su soledad.
Todos estos sentimientos la acercarán a aquel con quien se codeará en el tercer año de la escuela, aquel que se convertirá en su pigmalión, quien la instruirá según las prácticas de la danza clásica rusa, aquel que acaba de ser nombrado director artístico del ballet de la Ópera de París: Rudolf Nureyev, el gran jefe, no cualquiera, una estrella de la danza, algo tiránica, injusta a veces, pero a quien admirará mucho y ¡que tanto le enseñará!
El primer papel que le encomienda será el de Raymonda, luego en La Bayadère donde nunca dejará de decir que allí estaba radiante. También la encontrará muy estilizada en Divertimento de Balanchine y quedará completamente cautivado por su interpretación en El lago de los cisnes donde será increíblemente dotada, ágil y muy técnica. Además, no dudará en nombrarla estrella en 1984, ¡tiene 19 años!
Un año más tarde, ganó la medalla de oro en el famoso concurso de Varna. Durante los años que siguieron, sería “la estrella de Nureyev”. Trabajarán juntos, se admirarán, se respetarán, se apreciarán mucho, a tal punto que la bailarina dijo que ella era la única mujer que podría haberle dado, algún día, las ganas de casarse. Ambos son testarudos, exigentes y muy alegres. Le confiará grandísimos papeles del repertorio clásico y, en ocasiones, incluso bailará a su lado, especialmente en Giselle en el 88 para el Royal Ballet de Londres. Autor, Lisa Pascaretti – Plumes, pointes, palettes et partitions.
Completo: pointespalettespartition.wordpress.com