Desde la segunda mitad del siglo XX, junto a los nombres rutilantes de memorables bailarinas, las estrellas masculinas han ido marcando, cada vez con mayor intensidad, que en la danza profesional no es exclusivamente lo femenino y frágil lo referencial sino que, muy por el contrario, lo masculino, lo vital ha adquirido enorme supremacía.
Los hombres en el ballet no sólo son responsables de sus cuerpos, lo son también de sus parejas, las bailarinas. Se entrenan para soportar el peso de ambos, es por eso que, si hay errores en la ejecuación la responsabilidad recae en ellos.
Pese a las dificultades, los bailarines clásicos masculinos han roto esquemas y destruido prejuicios con disciplina, trabajo y con la fuerza de su cuerpo, con el que han embellecido la danza clásica.