La única preparación posible para este ballet es el conocimiento de su música, porque no tiene otro «tema» más allá de la partitura sobre la cual se baila y los particulares bailarines que la ejecutan. Inspirado en el Concierto en Re menor para dos violines de Bach, el ballet intenta despertar el interés del público solo con su danza, con su tratamiento de la música, al igual como la arquitectura y el arte barrocos despertaron el interés de la gente no por sus temas sino por el decorativo tratamiento que los embellecía.
El gran concierto de Bach no requiere nada más.
Por ello algunas personas se preguntan: ¿por qué crear un ballet para esta música? ¿Por qué no crear ballets para un a música que sea más dependiente, una música que la danza pueda «completar»? La respuesta es que la mala música a menudo inspira un mal baile, una mala coreografía.
No es casualidad que las obras maestras de danza de Saint-Léon, Petipa y Fokine tengan todas ellas partituras que también son obras maestras. Coppelia, La bella durmiente y Petrushka con partituras de Delibes, Chaikovsky y Stravinsky, sugirieron a cada uno de aquellos coreógrafos un adelanto en el desarrollo del ballet.
Elegir las piezas musicales para el ballet es asunto del coreógrafo individual. Un coreógrafo que no esté interesado en la danza clásica no querrá utilizar partituras de Bach y Mozart, salvo por razones teatralmente sensacionales; seleccionar á música más acorde con su propósito más inmediato. Pero si el diseñador del ballet ve en el desarrollo de la danza clásica un equivalente al desarrollo de la música y ha estudiado ambas, recibirá una continua inspiración de las grandes partituras. También será respetuoso, porque actuará según esta inspiración, no para interpretar la música más allá de sus debidos límites, no para estirar la música a fin de acomodarla a una idea literaria, por ejemplo.
Si la partitura es realmente una gran partitura, adecuada para el baile, no tendrá necesidad de estos artilugios, pudiendo presentar su impresión en términos de pura danza.
George Balanchine