En 2012, la directora del Royal Ballet, Monica Mason, afirmó tajante en una conferencia organizada por Dance UK, que cualquier director de una compañía de danza que asegura no haber trabajado nunca con un bailarín anoréxico “está mintiendo”.
La cita en Londres en torno a los trastornos de conducta alimentaria se derivaba del cisma que vivía la profesión. La danza se había visto señalada con el dedo tras el estreno de Cisne negro (Darren Aronofosky, 2010), donde la protagonista vivía episodios de desarreglos en su dieta, paranoia y autolesión, y dos años después, el mundillo clásico se removía de nuevo incómodo cuando la primera bailarina del Ballet de La Scala de Milán, Mariafrancesca Garritano, era despedida tras denunciar la anorexia y la bulimia escondidas bajo el tutú, primero en un libro titulado La verità, vi prego, sulla danza! (¡La verdad, os ruego, sobre la danza!) y después en una entrevista en The Observer.
Por BEGOÑA DONAT para Valencia Plaza (18/11/2015 – VALENCIA).
Entre otras revelaciones, la estrella de la danza exponía que una de cada cinco bailarinas del gran teatro milanés sufría trastornos alimentarios, lo que las había incapacitado físicamente para ser madres, y siete de cada diez habían paralizado su ciclo menstrual al competir por pesar menos. Con el tiempo, Garritano no recuperó su puesto de trabajo, pero se sintió moralmente compensada cuando La Scala financió un estudio científico sobre la nutrición de los bailarines clásicos que confirmó su testimonio.
El mal cuerpo de Balanchine
George Balanchine fue el fundador del American Ballet y del New York City Ballet, una de las personas más influyente de la danza clásica y, por desgracia, el impulsor de un tipo de físico extremo en el ejercicio del oficio. La bailarina Gelsey Kirkland relata en su libro Dancing on My Grave (Bailando sobre mi tumba) como el gran coreógrafo detuvo una clase y se aproximó a ella para una suerte de inspección física: “Con los nudillos golpeó mi esternón y mi caja torácica, y chasqueando la lengua remarcó: “Deben verse los huesos”. Kirkland no superaba los 45 kilos.
Se acuñaba entonces el denominado cuerpo Balanchine, que tantos rigores ha provocado entre el cuerpo de baile.
Como botón de muestra, durante la promoción de Maps to the Stars (Richard Cronenberg, 2014) la actriz australiana Mia Wasikowska declaraba haber renunciado a su carrera de bailarina a los 14 años por la presión sobre su físico. En declaraciones a The Guardian explicaba que cuando pasas 35 horas a la semana mirándote al espejo, “empiezas a fijarte en aspectos que con una perspectiva adecuada no son tan importantes, como la curva de tu tobillo o el grosor de tu muñeca, cosas ridículas, pero serias cuando eres bailarín”.
Según datos recogidos en un reportaje publicado en 2013 en BBC News, sólo en Reino Unido hay 1.6 millones de personas afectadas por trastornos alimentarios, y la incidencia entre bailarines, particularmente de clásico, es 10 veces superior al caso de los que no se dedican a la danza.
La danza no se ha mantenido indiferente ante esta obsesión malsana por el físico y clama que el prototipo instaurado por Balanchine ya no es más que un cliché del pasado.
Durante el encuentro organizado en Londres por Dance UK se apuntó que el incremento de los problemas mentales en el ámbito del baile profesional está ligado a “ambientes negativos que alientan enfoques egocéntricos y promueven la competitividad”. La presencia de anorexia y bulimia se ve en cambio reducida drásticamente en entornos que promueven “la autonomía, la reflexión, y la positividad”.
La anorexia ya no es chic
Por poner dos ejemplos, la Escuela Nacional de Ballet de Canadá ha desarrollado un programa de intervención precoz y la Escuela del Royal Ballet de Reino Unido aplica desde 2013 una política contra los desórdenes alimentarios entre su equipo y sus estudiantes con talleres y enseñanzas en torno a la nutrición, prevención y detección de casos de riesgo e intervención inmediata tanto en alumnos que pierden peso como en los que lo ganan. Entre las pautas se aconseja evitar el uso de la palabras “gordo” y “anoréxico”.
En su libro Ballerina: Sex, Scandal, and Suffering Behind the Symbol of Perfection Deirdre Kelly constata que las bailarinas del siglo XXI “tienden a ser más musculosas y menos escuálidas que en el pasado reciente. El chic anoréxico ya no está de moda”.
En un recorrido desde el siglo XVII hasta la actualidad, la autora analiza la explotación y la inanición a la que se ha sometido a las bailarinas a lo largo de la historia y cómo en la actualidad, el baile profesional ha ido entrando en razón.
Entre los testimonios que recoge está el de la bailarina y educadora canadiense Joysanne Sidimus, una de las mayores autoridades mundiales en los ballets de Balanchine, quien afirma: “Hemos recorrido un largo camino. No digo que la anorexia haya desaparecido, pero las compañías ya no la consienten. Si hay bailarines que la sufren, se les animan a buscar ayuda y marcharse hasta que se recompongan. Y las escuelas están cambiando: ahora tienen psiquiatras, trabajadores sociales y nutricionistas entre la plantilla, enseñando a los jóvenes bailarines lo que significa estar sanos y ayudándoles a mantenerse así. Realmente es un mundo distinto”.
Coronas de espinas
En nuestro país, el Hospital General de Catalunya abrió en 2012 una unidad específica de medicina de la danza, pero todavía quedan escollos que franquear. El principal, en opinión de la coreógrafa y bailarina Eva Moreno, que este jueves, 20 de noviembre, estrena en el Auditorio Municipal de Ribarroja del Turia Princesas o comerse la vida, es la ausencia de referencias a los trastornos alimentarios en los estudios de pedagogía de la danza.
“Tanto mi ayudante, Pilar Cambronero, como una de las bailarinas que ha estado ensayando la pieza, lo echaron de menos en la carrera. No se imparte ni en patologías de la danza ni en psicología. Me quedé de piedra, porque de un esguince uno se puede reponer pero de una anorexia o una bulimia resulta complicadísimo. Me preocupa que no se ayude a los futuros docentes a tener una reacción precoz si un niño o una niña es muy autoexigente”.
La pieza que estrena su compañía, Extremus Danza, versa, precisamente, sobre esta enfermedad crónica, la tercera entre los jóvenes en sociedades desarrolladas. De hecho, el título refiere a las “princesas”, que es como las chicas afectadas por trastornos de conducta alimentaria se autodenominan en la jerga adolescente.
“Es un asunto muy delicado, donde se combinan muchos factores. Más allá de lo que tus profesores o tus compañeros te puedan decir, los cánones de belleza actuales han asentado que el binomio belleza más delgadez es igual a éxito –reprocha Moreno-. La juventud es la etapa en la que se forja la identidad, y si existe una fragilidad, la idea de uno mismo se conforma a partir de factores externos”.
A fin de reflejar la diversidad, el montaje es una pieza multidisciplinar surtida de flamenco, escuela bolera, danza española y contemporáneo. Los intérpretes son dos chicas y un chico, porque el género masculino cada vez suma más casos de este conjunto de patologías a las estadísticas. “La presión social les lleva a exigirse más abdominales y a lucir depilados”, se queja Eva Moreno.
La coreógrafa se quedó tan impactada en la documentación de la pieza que decidió desarrollarla tanto en las tablas como en las aulas. Como consecuencia, la gira del espectáculo va a incluir en cada plaza una función dirigida al público más joven, y las representaciones se completarán con visitas a centros de Secundaria y Bachiller con los que se trabajará a partir de una guía didáctica.
Oda a la imperfección
El material docente ha sido elaborado en colaboración con la Asociación de familiares de enfermos con trastornos alimentarios, anorexia y bulimia de Valencia (Avalcab).
El psicoterapeuta Miguel Ángel Sanmartín, colaborador de la asociación, distingue dos problemas en el caso particular de la anorexia en el mundo de la danza. “Por un lado, las personas que sufren una patología relacionada con la delgadez y el perfeccionismo del cuerpo pueden sentirse interesadas por la danza porque les atraiga la estética del grupo. A esto se suma que en la preparación para la danza hay una gran exigencia de excelencia en el aspecto atlético y en el grado de finura, y se corre el riesgo de que haya maestros que exijan alcanzar un determinado peso sin considerar la psicología del alumno, su constitución física y psíquica, su alimentación o la transformación del cuerpo a medida que se profesionaliza”.
A los profesores de los centros que acudan a las funciones de Princesas o comerse la vida se les va a proporcionar información sobre la enfermedad, una guía nutricional y una serie de actividades sobre el cuerpo y la autoestima para proponer la reflexión en grupo. Entre los elementos que analizar se encuentra la publicidad, con el fin de fomentar el pensamiento crítico frente a los cánones de belleza y la presentación de la mujer en los anuncios.
“Recuerdo haber visto bailar en Londres a Nureyev y sentirme impresionado por la expresión de su rostro. No era sólo un talle bonito y delgado que ejecutaba piruetas con perfección, sino alguien que expresaba emociones con su figura. En toda enseñanza existe la tentación de identificarse con el cuerpo, pero es importante establecer que lo fundamental no es sólo lo que se ve con los ojos: el gesto en la danza o el resultado de las notas, sino también la actitud, lo que uno siente o piensa –desarrolla Sanmartín-. Dicen que a las obras musicales ejecutadas con ordenador siempre les falta algo. Aunque las partituras se toquen perfectamente, adolecen de esas pequeñitas imperfecciones que transmiten la información de que detrás existe un ser humano. En cualquier formación hay que valorar al alumno, porque mientras lo aprendido y ejecutado pase por encima de los estudiantes como una apisonadora, estaremos fomentando los trastornos. Las personas somos más importantes que lo que hacemos. No se puede buscar la perfección sin alma”. Por BEGOÑA DONAT paraValencia Plaza (18/11/2015 – VALENCIA).