‘Flashdance’: cómo una historia en la que nadie creía se convirtió en el gran éxito de los 80.
El musical más icónico de los 80 cumple 35 años.
Alex Owens es una soldadora de Pittsburgh que sueña con ser bailarina profesional y combina su trabajo en una fábrica con el baile exótico en un antro, aunque su sueño es ser bailarina de ballet. El argumento de Flashdance puede sonar chiripitifláutico, pero está inspirado en una historia real.
Durante sus años en Toronto, el periodista Tom Hedley había frecuentado Gimlets, un bar en el que cada día había un espectáculo de bailarinas. Entre ellas estaban Mauren Marder, que dedicaba sus noches al baile y sus días a su trabajo en la construcción, y Gina Healey, que desarrollaba las coreografías más sofisticadas. Y sí, los bailes eran casi tan estrambóticos como los que finalmente aparecieron en pantalla y Healey tiene fotos que lo atestiguan.
Fascinado por los bailes, las historias de esas mujeres y el ambiente del tugurio, Hedley escribió a grandes rasgos un argumento centrado en la vida de tres bailarinas al que llamó Depot Bar and Grill. A través de otra periodista que también se iniciaba en la industria por aquellos días, Lynda Obst, (que luego sería responsable de éxitos como Algo para recordar y El rey Pescador) el proyecto llegó a Paramount. Los abogados de la productora convencieron a Marder y a Healey para firmar un documento de liberación que le daba derecho de retratar su historia en la pantalla y la película comenzó a tomar forma.
Pero Obst parecía ser la única que tenía verdadera fe en un proyecto con el que nadie sabía qué hacer. El guión se reescribió cuatro veces hasta que finalmente Tom Headley y el guionista Joe Eszterhas firmaron el definitivo, aunque Paramount seguía sin encontrarlo atractivo.
Los primeros directores contactados, David Cronenberg y Brian De Palma (no podemos ni imaginar cómo habría sido el resultado final) dijeron no al proyecto y finalmemente, y tras ocho intentos, el británico Adrian Lyne con una sola película en su haber, Foxes, pero una dilatada experiencia en publicidad, se hizo cargo de una historia que incluso él consideraba «tonta».
El guión final era bastante sencillo. Al margen del pluriempleo, también había un romance relativamente convencional, (que el casting final convirtió en una historia de amor interracial, aunque es algo que en la película se obvia con toda naturalidad, a pesar de la escasez de referentes tanto entonces como ahora) y un alegato sobre la superación y la importancia de las metas personales. “Cuando abandonas tu sueños, mueres” dice Nick en un momento de la película. Puro reaganismo. Puros ochenta.
Tres candidatas, Jennifer Beals, Demi Moore y Leslie Wing (la madre de Zac Efron en High School Musical) fueron las finalistas para el papel de Alex Owens. Por el camino se quedaron entre otras Melanie Griffith, Jamie Lee Curtis o Daryl Hannah. Jennifer Beals, una debutante de 18 años, fue la elegida.
Hay dos versiones sobre cómo Beals se hizo finalmente con el papel. La oficial, que el director desvela en los contenidos adicionales de la edición especial en DVD, según la cual Michael Eisner, presidente de Paramount, reunió a un grupo de mujeres de la productora para preguntares cuál de ellas les resultaba más amigable y la que cuenta Joe Eszterhas. Según el guionista, Eisner habría reunido a 200 hombres del equipo técnico (iluminadores, sonidistas, mecánicos…) y la pregunta habría sido “¿a cuál de estas mujeres os follariais?”.
Sea cual sea la verdad (nos inclinamos por la de historia de Joe) la respuesta fue: Jennifer Beals.
“No era la mejor bailarina, pero era muy dulce” asegura Lyne que comprendió que aquella universitaria de dieciocho años, rostro fresco, ascendencia irlandesa y fan acérrima de Walt Whitman representaba a la perfección la generación de mujeres jóvenes que Flashdance quería retratar. Y por ello fomentó que Alex se nutriese de la esencia de Beals.
La sudadera icónica, por ejemplo, fue aportación de la actriz. En su etapa universitaria tenía una sudadera favorita que encogió drásticamente tras pasar demasiado tiempo en la lavadora, como quería seguír usándola hizo un agujero en el cuello y se presentó con ella en la audición. A Lyne le encantó y se convirtió en uno de los sellos de Flashdance. Un año después medio mundo lucía leggins y hombro al aire aunque no hubiese pisado un gimnasio ni mucho menos un aula de ballet en su vida.
También fue aportación de Beals ese momento en el que Alex se desprende del sujetador sin quitarse el jersey. El director la había visto hacerlo de manera automática en los cambios de vestuario y decidió incorporarlo al personaje. Alex llega a su casa y realiza el mismo gesto que millones de mujeres hacen cada día, simplemente se pone cómoda. Es algo cotidiano y a la vez una manera de reflejar la naturalidad de Alex. No se siente abrumada ante Nick, aunque él sea su jefe, millonario y la doble en edad. Ella marca el ritmo. Después, tras la inevitable noche de sexo, es él quien se despierta solo en la cama al día siguiente mientras ella ya se ha ido a trabajar, algo que a la inversa habíamos visto cientos de veces
Aunque tampoco es que haya que crear para ella el premio Gloria Steinem a la película más feminista de los ochenta. En el fondo la relación entre Alex y Nick es la mayor pesadilla del #metoo: un jefe que corteja incesantemente a una trabajadora en un entorno hipermasculino.
Para el papel de ese jefe las opciones fueron variopintas. Los productores tantearon a Gene Simmons, el cantante de Kiss, que rehusó al temer que afectase a su imagen de «demonio» e incluso a Robert de Niro. Los que llegaron a la audición final fueron un por entonces desconocido Kevin Costner, que poco después rodaría un spot de Apple con Lyne en el que nos podemos hacer una idea de cómo habría sido el resultado, y Michael Nouri que fue el elegido (no sabemos si después de consultar a secretarios y técnicas de la Paramount).
A pocas semanas del estreno nadie confiaba en lo que tenía entre manos. Jennifer Beals volvió a Yale e intentó pasar desapercibida, Lyne temía hasta coger el teléfono, y Paramount vendió el 25% de los derechos esperando una debacle. Todos creían que sus carreras se irían por el retrete hasta que llegó el gran día.
La crítica la odió. El pope Roger Ebert la incluyó en sus películas más odiadas y la definió como “Una película que gana la hora de compras gratis en el supermercado de Hollywood y en la que el director y los colaboradores van por ahí cogiendo cosas de todas las películas de las estanterías. Un poquito de Fiebre del Sábado Noche, otro poco de Cowboy de ciudad y algo de Marty.» Pauline Kael dijo en The New Yorker que simplemente era «una sucesión de vídeos de rock».
Pero el público enloqueció. La amó. Y no dio importancia a hechos que desquiciaban a la crítica, como la credibilidad del argumento. A ver, era una historia, real, en algún sitio de Toronto había una mujer cimbreándose al ritmo de Donna Summer por la noche y encofrando por el día. No era tan extraño. Y su pluriempleo tampoco, ¿cómo iba a pagar sino la calefacción de esa nave industrial? ¿Cuánto gana exactamente una soldadora?
Flashdance se convirtió en un fenómeno. “De repente, en todas partes donde iba, todo el mundo llevaba sudaderas con un solo hombro» afirma Lynda Obst. El film de Lyne había hincado su colmillo en los ochenta y su veneno impregnaría toda la década.
En su primera semana debutó en el segundo puesto de la taquilla y recaudó cuatro millones de dólares, la segunda semana llegó al primer puesto donde pemaneció durante un mes. Fue la tercera película más taquillera del año tras El retorno del Jedi y La fuerza del cariño y obtuvo cuatro nominaciones a los Oscar: dos a la mejor canción, Maniac y What a feelling, que fue la ganadora; fotografía y montaje. En las dos semanas posteriores al estreno la banda sonora despachó 700,000 copias. Hoy lleva vendidos 20 millones.
Obra de Georgio Moroder, el productor de moda, la banda sonora era la gran baza de Flashdance. Reunía descartes afortunadísimos, (Maniac había sido escrita por Michael Sambello para una película de terror sobre un, obviamente, maníaco y sólo hubo que cambiar “matar” por “bailar”); rompepistas como Romeo de Donna Summers o Gloria, en versión Laura Braningan; y canciones originales. Irene Cara, que ya había tocado el cielo con el tema central de Fama volvió a repetir éxito con ese What a feellng inmortal sobre el que se yergue el leitmotiv de la película: si te caes, te vuelves a levantar.
A pesar de la importancia de la banda sonora Flashdance no era un musical al uso. Nadie canta en la película. La música entra en acción por medio de pequeños clips y ese fue uno de los secretos de su éxito. MTV, cuya influencia en la industria audiovisual de finales de siglo todavía no ha sido suficientemente subrayada, acababa de nacer y supo cómo aprovechar el oro líquido que Flashdance le ofrecía. A partir del film de Lyne todas las películas dispusieron de su propio vídeo: Frankie Goes to Hollywood cantaba sobre las imágenes de Doble cuerpo, Berlín ponía banda sonora a los besos y los vuelos de Mig de Top Gun y la música de Harold Faltermeyer se mostraba omnipresente en Superdetective en Hollywood.
Nada volvería a ser igual tras Maniac y What a feeling. MTV se nutría de contenido atractivo y las películas encontraban un nuevo canal de difusión gratuita que llegaba directamente al salón de su público potencial.
Pero además de la historia de superación personal, del romance y de la banda sonora, Flashdance era una oda aspiracional. “Dales algo que puedan comprar” le dice Samantha Jones a Smith Jerrod en Sexo en Nueva York mientras corona con unas gafas de Dior el look minimalista con el que el actor pretende asistir a una fiesta. Y eso hizo Flashdance. Porque cuando la veías querías comprarlo todo. No merchandising, eso ya lo había inventado La guerra de las galaxias, no, no querías una muñequita articulada de Alex Owen (que la hubo) o un peluche de su perro Grunt, querías TODO lo que Alex tenía: su loft, su bici, su perro, su sudadera demasiado estirada, sus vaqueros rotos, sus leggins, sus Nike y hasta sus gafas de soldador. Todo era deseable, todo era moderno. Tan moderno que no ha pasado de moda, da igual que hayas visto la película en los ochenta, en los noventa, en los dosmil, ayer o que seas un octópodo de Arrival y la veas dentro de mil años, siempre vas a querer su parka. Flashdance es atemporal, permanece suspendida en tiempo.
Pero no todo fueron alegrías. Cuando Gina Healey y Mauren Marder vieron la película en Toronto no podían creérselo. Sus vidas no habían servido de “inspiración”, sus vidas eran la película. Sus historias, sus bailes, sus looks, todo estaba allí. La película recaudaba millones y ellas sólo habían percibido 2.300 dólares por ceder su historia. A pesar de los papeles firmados iniciaron un pleito contra Paramount. Y ese no fue el único dolor de cabeza para la productora.
A pesar de que cuando escuchamos cualquiera de los cortes de la banda sonora pensamos en Jennifer Beals lo cierto es que ella no bailaba ninguna de las canciones. Todos los bailes, excepto el número final, estaban realizados por la actriz francesa Marine Jahan. Para el número final, el que marca el climax, fueron necesarias cuatro personas. La propia Jahan realiza la mayoría de los movimientos, la gimnasta profesional Sharon Shapiro se encarga de las acrobacias, los planos cortos, básicamente golpes de melena son la única aportación de Beals y el momento breakdance, el que enloquece a ese jurado que parece salido de Cocoon, fue obra de Richard Colón, Crazy Legs, un portorriqueño de 16 años, que ante la imposibilidad de enseñar sus movimientos en tan poco tiempo a Jahan o Shapiro, los realizó él mismo. Pero no aceptó la sugerencia de Lyne de afeitarse el bigote y si se detiene la secuencia en el momento justo podemos ver su mostacho.
Cuando meses después se filtró que Marine Jahan, que ni siquiera fue acreditada en la película, era la mujer que realizaba los bailes se formó un pequeño escándalo que no ayudó en la carrera de Jennifer Beals.
Pero ella tampoco estaba especialmente interesada en Hollywood y abrumada por el éxito del film se refugió nuevamente en la Universidad. Ni ella ni Michael Nouri, a quien acabamos de ver como uno de los pocos amantes que sobreviven a Andrew Cunanan en American Crime Story: El asesinato de Gianni Versace, sacaron demasiado rédito de la película.
Años después, Beals, volvió a sentir el calor del fandom gracias a la serie L Word de la que su personaje es epicentro. Y quien considere que la historia de una soldadora barra bailarina de 18 años es increíble que se asome a las tramas de este grupo de lesbianas de Los Ángeles que convierte a Sexo en Nueva York en neorrealismo italiano.
Pero hay otras carreras que sí fueron impulsadas por Flashdance.
Flashdance supuso la primera colaboración entre dos titanes de la industria, Don Simpson y Jerry Bruckheimer, los reyes de las cosas que explotan, que posteriormente colaborarían en Top Gun, Superdetective en Hollywood, Días de trueno o La Roca. Tras la muerte de Simpson Bruckheimer sigue engordando su leyenda con megaproducciones como Armageddon, Pearl Harbor, Transformers o Piratas del Caribe. Hoy Bruckheimer es uno de los productores más poderosos de Hollywood y probablemente ni recuerda cómo se hace una película con 8 millones de dólares.
También fue el primer éxito del controvertido Joe Eszterhas que posteriormente firmaría alguno de los mejores guiones de los ochenta y los noventa: La caja de música, El sendero de la traición y las inmensamente populares Instinto básico y Showgirls. Y también fue el primer éxito de su director Adrian Lyne.
Cuando a Lyne le preguntan quién es el responsable del éxito de la película contesta que él no, porque “simplemente” fue el director, pero lo cierto es que todo en ella tiene su toque.
Según confesó a Enterteiment Weakly “Cuando leí el guión por primera vez pensé que era un poco tonto, de verdad. Pero al final, es un cuento de hadas. Creo que es por eso que atraía a la gente: si quieres algo lo suficiente, puedes obtenerlo. Es una especie de idea ingenua, pero creo que funciona. Recuerdo haber trabajado muy duro con el productor Don Simpson por fomentar su lado inspirador”.
El sello de Lyne impregna toda la película. Casi todo lo que hay en la casa imposible de Alex podría decorar la de la Alex de Atracción fatal o la de Elizabetth en Nueve Semanas y Media o incluso la de Paul Martel, el amante de Diane Lane, en Infiel. Lyne está en todo. En el gusto por los tejidos calidos, el claroscuro, los encuadres estilizados, el montaje frenético y la eterna presencia del humo, ese humo marca de la casa que obligó a Paramount a mandar un comunicado interno en exigía “no más humo” y Lyne solucionó escondiendo la máquina que lo generaba cuando sabía que los ejecutivos iban a visita el plató.
Unos ejecutivos que miraban escépticos los números musicales demasiado esteticistas y complejos y que llegaron a temer por la vida de la bailarina durante el número “acuático”. “Fue una gran cantidad de agua. Marine Jahan, la doble de baile de Beals, estuvo muy bien, hizo que pareciese agradable, pero obviamente fue una pesadilla”, añade Lyne.
Con un éxito de las características de Flashdance era imposible que Paramount no plantease una secuela y hubo una propuesta firme, pero Beals se negó en rotundo. «Nunca me sentí atraída por algo en virtud de lo rica o famosa que me haría. Rechacé tanto dinero que mis agentes perdían la cabeza.”, afirmó en una entrevista.
Más de tres décadas después, la presencia de Flashdance en la cultura popular es incontable. La hemos visto homenajeada en el «I’m Glad» de Jennifer Lopez y en el «It’s Raining Men» de Geri Halliwell, hemos visto al Señor Burns parodiando sus baies en Los Simpson. Hasta Snoopy se apuntó a las mallas y los calentadores en Flashbeagle. La publicidad y los editoriales de moda tampoco se han sustraído a su influjo, incluso el irreverente Deadpool ha elegido una de sus imágenes más icónicas para promocionar su segunda parte.
35 años después Flashdance, aquella película en la que nadie creía, sigue viva. Fuente por Eva Güimil para Vanityfaire – 15 de abril de 2018.