La bailarina de ballet representa una figura universal de belleza.
Sin embargo, está marcada por su entrega y vocación que, si de ballet profesional hablamos, debe ser absoluta.
Una bailarina tiene que ser fuerte, desde las puntas de los pies hasta la cabeza. Ha de saber porqué está metida en este mundo, porque sino puede llegar un punto en el que su meta se disipe y se convierta en una obligación. Buscamos constantemente la perfección y, como la excelencia no existe, tenemos que acercarnos en la medida de lo posible a eso.
Cuando hablamos de ballet clásico en nuestras cabezas aparece el retrato de una esbelta bailarina, bella y elegante, una hermosa apariencia femenina, llena de fuerza y dulzura, vestida con tutú, cuyos movimientos etéreos y frágiles nos hacen pensar en ella como un ser de otro mundo. Si y no. Los movimientos gráciles y fluidos del ballet clásico se logran a través del trabajo duro y mucho dolor. Seguro que después de esto, a muchas y muchos, que pensaban que el ballet era para princesas les cambiara completamente la perspectiva. El trabajo y entrenamiento al que se debe entregar una bailarina para conseguir la milagrosa apariencia de caminar sobre las aguas con una línea delgada, fluída y contínua es constante. El ballet es la perfección hecha arte.
Un día típico incluye una clase matutina seguida de varias horas de entrenamientos y finaliza con una actuación. Pero no todo es tan bonito como parece, llegar a lo más alto en esta disciplina implica sacrificio. Se trata de una exigencia tan estricta que no puedes estar aquí dentro si no lo ves como una verdadera pasión.
Lo que para otros es sacrificio, para nosotras es vida!