Las zapatillas de ballet actualmente, prácticamente, no tienen peso, y cuando se usa una zapatilla de punta bien hecha, una bailarina puede sentir como si estuviera con los pies descalzos.
Lamentablemente, se ha banalizado el uso de las puntas en la danza clásica y no se aprecia como el instrumento sagrado que son. Su uso se ha generalizado demasiado, y se ha convertido en un instrumento más vulgar y más banal.
La bailarina debe usar las puntas con una gracia delicada, una plasticidad incorpórea y una fuerza y dominio maestro.
El trabajo de puntas es el más célebre y tradicional distintivo de las bailarinas clásicas. Las puntas son el secreto de su gracia y su encanto, es aquello que las hace a la vista del espectador como un ser sobrenatural y fantástico. En pocas palabras, el papel de la bailarina en el ballet no podría entenderse sin la presencia de las puntas.
El uso de las puntas dio comienzo en el siglo XIX con el auge de los ballets románticos, siendo la genial María Taglioni quien las utilizó por primera vez. El fin que se buscaba era alcanzar el máximo refinamiento y sutileza de movimiento , tal como lo requería el romanticismo, obsesionado por seres espirituales, hadas y espectros, donde las puntas adquirían especial protagonismo.
Posteriormente su uso se generalizó para todas las bailarinas y en la actualidad se utilizan para la representación de todos los ballets clásicos.
El trabajo de puntas fue sin duda, la innovación más famosa del ballet romántico.