El solo recuerdo de Maurice Bejart es un homenaje a la danza. Bejart perdura en el recuerdo, en sus obras y en la música, en los sentimientos de sus artistas y de su público. Una institución genuina de la historia y el arte contemporáneo.
Por Carolina de Pedro Pascual
Lo conocí personalmente cuando estuvo en Buenos Aires, para presentarse en el Teatro Colón con su compañía el Béjart Ballet Lausanne.
Un día antes de la función ofreció una recepción en la Embajada de Francia en Argentina, en el Palacio Ortiz Basualdo de la Ciudad de Buenos Aires. Era el año 1997 y yo tenía 27 años. Aunque no recuerdo en estos momentos la fecha del encuentro, lo que si quedo grabado “a fuego” en mi memoria fueron sus ojos azules. Confieso que en mi vida había contemplado hasta ese momento unos ojos tan tremendamente azules. Poseía una mirada directa, impactante, impresionante.
Era él, era Bejart. Vestía de negro, como lo había elegido hacer toda su vida.
Hablaba de Eros y Tanatos “Eros tiende a unir, Tánatos a separar”, lo recuerdo perfectamente como quien recuerda un mantra, Eros y Tanatos … Habló del amor, de la pareja, del Budismo, la filosofía, la música, de Eros y Tanatos …..
“Mis ballets hablan de todos los encuentros: con la música, la vida, la muerte, el amor, con los seres cuyo pasado y obra se reencarnan en mí, del mismo modo que el bailarín que ya no soy se reencarna cada vez en los intérpretes que son el presente y el futuro”.
Poseía un afecto y respeto especial hacia la Argentina.
Varios artistas argentinos trabajaron con el, primero en Bruselas en el inolvidable e inmortal Ballet del Siglo XX y después en el Béjart Ballet Lausana.
A su lado vivió y brillo Jorge Donn como su máximo ejemplo, convertido a través de su influencia y maestría en el artista ideal, en el icono absoluto del “estilo Béjart”. “Jorge fue un hijo, un amor, un bailarín de pura cepa, un ser inteligente, único; de esas personas que se encuentran una vez por siglo”, había dicho Béjart. Beatriz Margenat, la bailarina y amiga de Donn con el que se presentaría un día en su sala de ensayo del Teatro Colón para solicitarle quedarse en la compañía y mas tarde, cuando formó el Béjart Ballet Lausana en al año 1987, Cecilia Mones Ruiz, un deleite de bailarina, con quien tuve la suerte de compartir clases de ballet en un tradicional estudio del Barrio Norte porteño, el estudio de danza Olga Kirowa.
Mones Ruiz paso gran parte de su vida al lado del Maestro. Sin duda una privilegiada. Donatella Pitino, otra elegida que viajo a Bruselas para perfeccionarse junto al “ballet del siglo”. Y por supuesto la gran dama del teatro argentino: Cipe Lincovsky con quien presento por el mundo “Che, Quijote y bandoneón” un espectáculo muy similar al que el público conoció en 1990, con “Nijinski, clown de Dios”, donde la Lincovsky actuó con Jorge Donn.
Bejart había dicho que muchos de sus seres queridos se habían ido, pero para él estaban presentes y era en sus obras donde reflejaba la esencia de cada uno.
Prefiero compartir las siguiente fotografías y admirar con devoción, la misma que seguramente nos une a todos en este momento, su propia voz, su imagen, su increíble presencia en unos vídeos de sus obras mas representativas.
“Un minimum d’explication, un minimum d’anecdotes, et un maximum de sensations”
“Un mínimo de explicación, un mínimo de anécdotas, y un máximo de sensaciones“
Extrait d’Un instant dans la vie d’autrui, Maurcie Bejart.
“Se puede olvidar todo, pero el arte queda, es universal: son perennes la música de Mozart, la arquitectura de civilizaciones anteriores, la pintura de maestros como Da Vinci. La danza es como la relación que se establece entre padres e hijos. Es un legado que recibimos de los que nos antecedieron y así seguirá comunicándose, de una generación a la otra. Nunca morirá, aunque los progenitores desaparezcamos.” Maurice Béjart