Cuando París era una fiesta y Misia la gran musa de todas las artes.
Parece mentira, pero apenas existen biografías sobre aquella mujer fascinante y seductora. Si mencionamos su nombre -Maria Sofia Olga Zenaida Godebska- y aludimos a su mixtura familiar de su nacimiento en San Petersburgo y un linaje polaco trufado de juristas, militares y artistas, posiblemente no nos dirá nada. Otra cosa es si hablamos de Misia, la mujer del pintor Josep Maria Sert, la musa del París de la Belle Époque y las vanguardias de entreguerras. «Al margen de sus memorias, traducidas y editadas en 1987 por el conde de Sert, ningún biógrafo español se interesó por su figura».
Lo afirma la historiadora Isabel Margarit, autora de «París era Misia» (La Esfera de los Libros). En la cité lumi_re que engarzaba diosas y musas, Misia fue la estrella con más fulgor. «Misia fue París, aunque ninguna de sus calles la recuerda», subraya la historiadora. Más que una biografía al uso, «París era Misia» es la reconstrucción de un universo cultural que arrasaron las dos guerras europeas, aquel microcosmos irrepetible que Stefan Zweig bautizó como «El mundo de ayer» y Marcel Proust recuperó en su «Recherche».
Activista cultural
Con un código genético artístico, aquella mujer conjugó sensualidad y activismo cultural. Era pianista, pero su amor por la cultura no conocía fronteras ni disciplinas estancas: «Además de ser la más versátil, fue capaz de saltarse épocas y clases sociales, reinando durante casi cincuenta años en la capital del arte. Intuitiva, camaleónica, persuasiva, poseía una personalidad poliédrica», señala Margarit.
En torno a Misia floreció el simbolismo de Mallarmé y Valéry, el cartelismo bohemio de Toulouse-Lautrec, el retratismo de Bonnard, Renoir, Vallotton y Vuillard, los ballets rusos de Diaghilev, la libertaria «Revue Blanche», la consagración primaveral de Stravinsky, la moda de Coco Chanel, el jazz de ébano de la Baker…
Tal sintonía con los artistas, matiza Margarit, se debe «a que les hablaba en su mismo lenguaje y entendía los altibajos de la sensibilidad creadora». En aquel París que era una fiesta, Misia desarrolló una compleja vida amorosa: «Siempre necesitó una figura paternal y protectora porque su padre nunca ejerció como tal. Necesitaba alguien a quien admirar, relaciones de dependencia con personajes como el magnate de prensa Alfred Edwards, fundador de «Le Matin»».
Pero el verdadero hombre de su vida, tanto en el plano cultural como erótico fue Josep Maria Sert, su tercer marido, el pintor catalán que triunfaba en París. El matrimonio con Misia le abrió las puertas de las galerías internacionales y clientes multimillonarios llamaron a la puerta de un Sert al que se conocía con el sobrenombre de «Tiépolo del Ritz». Junto a él Misia conoció los placeres de Venecia y también la humillación de verse relegada por una mujer más joven. La aristócrata Roussy Mdivani.
Coco Chanel, la amiga
En 1919, Misia conocería a Coco Chanel, una amiga para toda la vida. Moviéndose en los círculos de la pareja Sert y viajando con ellos a Venecia, Coco «adquirió el conocimiento que le permitiría, en adelante, cultivar su propio mecenazgo». A raíz de la separación de Sert, la musa del tout Paris padeció un periodo de decadencia y adicción a la morfina hasta su muerte en 1950: «La segunda mitad del siglo XX se olvidó de Misia: con ella murió un modo de entender el arte» concluye Margarit. Por SERGI DORIA para ABC (07-02-10).