Mujeres-diosas: las bailarinas de ballet

Bailarinas de gestos suaves con mallas de colores pastel, vestidos ligeros y tutús, frente a bailarinas más virtuosas y expresivas, que utilizan menos la pantomima pero mas el efecto escénico y la fuerza.

La primera se distingue por su nobleza, gracia y elegancia, y la segunda, por su brillantez, fuerza y virtuosismo.

Marie Taglioni (Estocolmo, 1804-Marsella, 1884) y Fanny Elssler (Viena, 1810-1884) fueron grandes rivales desde 1834, cuando el administrador de la Ópera de París invitó a la segunda a la compañía, ya que su calidad dramática, intensidad y belleza garantizaban una amplia audiencia.

El público se dividió entre taglionistas y elssleristas, llegando a momentos de histeria y la fiera rivalidad que existió entre ambas hizo mucho para popularizar el ballet, acentuando el espíritu del partidarismo.

La bailarina debía ser bella y el ballet esencialmente sensual, según palabras del el poeta, escritor y dramaturgo francés, Théophile Gautier (Tarbes, Francia, 1811 – París, 1872), y Elssler fue la primera intérprete de esa visión. Eran precisamente sus méritos como mujer los que resaltaba Gautier, quien la consideraba superior a Taglioni por ser más joven y bella y por la sensualidad de su danza.

Taglioni era delgada y pálida y a los 18 años era una bailarina excepcional. No era como las bailarinas convencionales de la época, no tenía sus atractivos ; en cambio, era ligera, frágil y graciosa. Al debutar en la Ópera de París en 1827 causó gran impacto, pues su manera de bailar era algo completamente nuevo. Cuando el bailarín, coreógrafo, maestro, director August Bournonville (Copenhagen 1805- 1879) la vio, siendo un joven bailarín de la Ópera, escribió que su delgadez, ligereza y voluptuoso abandono “es la verdadera manera de bailar de una mujer”.

Taglioni tuvo gran éxito en toda Europa; inclusive se creó el verbo «taglioniser» para homenajearla por su rigurosa disciplina y entrenamiento técnico, y por la delicadeza de su estilo innovador, que trató de ser copiado por sus contemporáneas.

Por su parte Elssler se convirtió en la contraparte de Taglioni y representó el aspecto sensual y apasionado de la expresión teatral del romanticismo. Cautivó al público por su personalidad teatral andrógina. El concepto del hermafrodita fascinó a los románticos y Elssler poseía esa dualidad. En su personalidad teatral se encontrava ese ideal andrógino de belleza, por su delgadez que le permitía usar vestuario masculino y femenino y aparecer como la más hermosa chica o el muchacho más encantador del mundo.

En esta caracterización está implícito el conflicto entre lo espiritual y lo sensual, entre el ángel y el demonio, polos positivo y negativo de la feminidad. Así, fueron las bellas e idealizadas ballerinas con grandes habilidades técnicas, de velocidad y elevación las que dominaron el foro en el romanticismo, interpretando un arte de magia e ilusión.

El público acudía a admirar sus genios dramáticos, sus diferencias artísticas, pero la mayoría de las veces era la combinación de encanto femenino y osadía física lo que atraía al público.

En el romanticismo se estableció el culto a la ballerina más que a su danza y durante el resto del siglo ella fue la razón de ser de este arte. La posición de la ballerina era admirada por otros y otras; esposas respetables envidiaban su libertad y el hecho de no tener que soportar el trabajo doméstico.

Encantos femeninos, historias de bailarinas ….

Mujeres-diosas: las bailarinas de ballet / Carolina de Pedro. Alessandra Ferri y Natalia Osipova. Photo Tristram Kenton, Copyright ROH.
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