¿Cuál es el modus operandi del ballet clásico y por qué tantos bailarines reportan dolor físico constante y abuso psicológico?
Películas hollywoodenses como el thriller psicológico Black Swan podrían parecernos exageradas por la manera en la que retratan al mundo profesional del ballet, sin embargo, para quienes lo han vivido de primera mano, como Giovanna Cirianni, egresada de la Escuela Nacional de Danza Clásica en México, su dramatización no está tan alejada de la realidad. En conversación con Gatopardo, argumenta que la película es realista en su retrato de la crisis emocional que marca la vida de un bailarín. “Así de atrapado te puedes sentir, así de asfixiado”
Por Jimena Loreto Salcido para Gatopardo – México (29.4.21)
El 4 de febrero del 2021, Giovanna publicó un video en sus redes sociales titulado, “Maltrato en el mundo de la danza”. El video de nueve minutos y medio, comienza con ella hablándole a la cámara. “Desde que decidí dejar la danza clásica como camino profesional, cada vez pienso más a menudo en la violencia que se vive todos los días siendo bailarín y en la violencia que yo misma sufrí”.
El testimonio de Giovanna se viralizó y fue así que conoció a Roberto Barqui, bailarín de la Compañía Nacional de Danza, quien la contactó para apoyarla con el proyecto que tenía en mente. Hasta ahora, sólo se conocen virtualmente.
“Hice el video para difundir una encuesta sobre el maltrato en la danza”, explica Giovanna, “pero no imaginé que iba a tener tanto impacto. Pensé que quizás la responderían 100 personas, pero ya van más de mil, así que me di cuenta de que era momento de crear algo más permanente”. Así nació Human Dancing, un colectivo dedicado a promover el diálogo y el autoconocimiento entre bailarines para generar un ambiente dancístico más sano y respetuoso.
Para el 8 de febrero del 2021, tan sólo cuatro días después de la publicación del video, 850 bailarines habían respondido la encuesta de Giovanna, 90% de ellos eran profesionales o habían aspirado a serlo. Entre los encuestados, 91% han presenciado abuso psicológico y el 90% lo ha sufrido en primera persona. La mayoría de los participantes son de México, aunque también se pueden encontrar respuestas de Argentina, Venezuela, Colombia, España, Cuba y Estados Unidos, entre otros países. A la fecha, 1,088 bailarines han llenado el cuestionario.
¿Cuál es el modus operandi del ballet clásico y por qué tantos bailarines reportan dolor físico constante y abuso psicológico?
Dolor
María del Mar Alagarda es una bailarina profesional española y fisioterapeuta especializada en danza. A través de su cuenta de Instagram, Danza Salud, difunde información sobre lesiones, estiramientos y otros temas relevantes para la salud de los bailarines. A finales de marzo publicó un video explicando que el dolor físico no es bueno ni normal, pero aún así, es un aspecto cotidiano en sus vidas y aprender a sobrellevarlo es, sin lugar a dudas, uno de los principales retos a superar en esta carrera.
En videollamada con Gatopardo, desde Valencia, lo explica. “A lo largo de todos estos años he hablado con muchos bailarines y todos quieren un remedio (contra el dolor) a corto plazo, quieren algo que les permita bailar, pero no se dan cuenta de que bailar hoy con una lesión, implica que dentro de un año van a tener que parar y que su carrera va a ser más corta todavía”.
Se podría decir que la exigencia física que el ballet clásico pone sobre una persona es inhumana, pues implica llevar al cuerpo al límite, a doblarlo de formas que no le son naturales, a estirarlo tanto que a veces se rompe, todo para poder crear arte viviente sobre un escenario. Es una realidad que el dolor acompaña esta profesión de principio a fin, pero, ¿cuándo comienza a ser peligroso?
El esfuerzo por elevar su tolerancia al dolor es algo de lo que hablaron todos los entrevistados para este texto.
Greta Elizondo, solista de la Compañía Nacional de Danza en México, explica que es una presión que comienza desde la infancia. “Lo natural es que cuando te duela lo digas, pero lo que pasa es que desde los 11 años aprendes que si lo dices y (los profesores) te hacen caras, o te dicen ‘ya siéntate y ve la clase’. Ahí empieza el pánico”.
La bailarina de 28 años ha reflexionado mucho sobre el rol del dolor en su profesión. “Cada vez soy más consciente del momento en el que me empieza a doler algo, pero me ha costado mucho, hace cuatro años tenía una mentalidad de ‘no voy a dejar de bailar hasta que algo se me rompa’, y no sabes la felicidad que llegué a sentir cuando me lastimaba en serio, porque ya nadie me podía decir que siguiera bailando si traía puesto un yeso”.
Recuerda una ocasión en la que se desgarró un músculo después de haber estado ensayando intensivamente. “Tenía funciones al siguiente día en el rol principal y tenía que bailar porque no había un segundo elenco. Me acuerdo que en ese momento la persona al frente de la Compañía parecía emocionada porque le dije que tendría que tomar analgésicos para poder salir al escenario. Con todo y la adrenalina, super caliente y con los analgésicos, sufrí cada vez que me movía. Recuerdo que salí de la función y me pregunté ¿por qué tengo que estar bailando así?”.
Ana Estela Navarro tiene un grado profesional de Danza por el Conservatorio de Orel en Rusia, es bailarina de ballet, profesora de danza con 10 años de experiencia, coach y educadora en Disciplina Positiva para familias. Habló con Gatopardo desde Barcelona sobre su experiencia en el mundo de la danza y resume el tema del dolor de la siguiente manera. “Una persona normal no podría aguantar el dolor que aguanta una bailarina y en el inconsciente colectivo de la danza, la bailarina de ballet clásico tiene que sostener el dolor sin quejarse”.
Durante los años que dura esta carrera, órdenes que para una persona común y corriente son imposibles de cumplir: “aunque te cueste, no se tiene que notar” o “tiene que parecer que vuelas”, son parte del día a día. “Hay que aprender a reprimir cómo nos sentimos y eso termina logrando que nos desconectemos de nuestras propias sensaciones”.
Según un artículo publicado por Betty Kelman, instructora clínica de la escuela de enfermería de la Universidad de Seattle, 97% de los bailarines sufren al menos una lesión seria cada ocho meses, entre las más comunes, están, por supuesto, las de los pies. El baile sobre puntas implica colocarle a los dedos de los pies un peso no fisiológico que exagera el arco del metatarso y distorsiona la postura. Esto puede provocar artritis temprana, reducir el espacio entre articulaciones y una restricción en la movilidad.
Todo esto es muy doloroso y para evitar el dolor, muchos bailarines no encuentran otra solución que bajar más de peso y con ello se exponen a nuevas lesiones. Además, las microfracturas que suelen sufrir en pies y tobillos por el impacto constante sobre superficies duras casi siempre pasan desapercibidas en sus etapas tempranas, por lo que es difícil que sanen completamente. Otras lesiones comunes entre bailarines son espasmos musculares, tendonitis, ruptura de ligamentos, daños en los nervios y en tobillos, caderas, rodillas y espalda.
Los investigadores del tema hablan de que durante su formación los bailarines están programados para competir constantemente consigo mismos. Quienes consiguen un lugar en alguna compañía profesional suelen ser perfeccionistas con una capacidad ilimitada para el trabajo y la habilidad de hacerlo sintiendo dolor de forma constante.
Distorsión
Otro de los temas recurrentes en la conversación con bailarines es la distorsión de la imagen corporal de la que son objeto durante su formación.
Ana Estela fue diagnosticada con bulimia nerviosa y depresión a los 16 años, hoy con 33 años de edad, trabaja para cambiar los estándares inalcanzables que se le imponen a los jóvenes en la danza. “No es como un violinista que puede cambiar su violín si está estropeado, nosotros trabajamos con el cuerpo, con lo que somos, estos estándares inundan toda nuestra vida, por eso creo que los bailarines estamos en una posición tan vulnerable”.
El ballet es extremadamente exigente en sus demandas estéticas, entre otras cosas, hay que ser muy fuerte, pero también muy ligero. Según un estudio titulado “Body composition analysis in ballet dancers”, publicado por la National Library of Medicine, los bailarines de ballet tienen niveles de masa corporal inferiores a los participantes del grupo de estudio que no lo son, y deja claro que para prevenir serias complicaciones causadas por cambios en el tamaño y proporción de algunas partes de su cuerpo es necesario asesorarlos al respecto, pues son considerados grupos de alto riesgo para desarrollar problemas de salud.
En su testimonio, Giovanna Cirianni relató lo que sufrió intentando cumplir con estas reglas. “Me decían un montón de cosas ridículas respecto a mi cuerpo. A los 14 años yo medía 1 ’64 y pesaba 55 kilos, pero tenía que pesar menos de 50, entonces me pusieron una calificación de 3/10 puntos en “Figura”, un apartado dentro de la calificación general de “Técnica Clásica”. Tres o cuatro meses después logró bajar de peso, a 47 kilos, y subió su calificación a un 7. “Aún así mi cuerpo no era considerado adecuado porque mis huesos eran demasiado anchos. Cuando volví a subir de peso, a los 16 años, mis profesores les decían a mis compañeros que no me podían cargar porque había riesgo de que se lastimaran la columna. Yo pesaba 53 kilos”.
Roberto Barqui, bailarín de la Compañía Nacional de Danza (CND) del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), confirma que los hombres también son objeto de esta presión por cumplir estándares imposibles. “Yo soy un bailarín de estatura baja, mido 1’68, cuando la estatura correcta y estandarizada debería de ser 1′ 78-1 ’80, eso es lo mínimo para poder entrar a una compañía europea, y esa es una característica con la que nunca voy a poder cumplir”.
Además, sus pies no son lo suficientemente flexibles. “Mis pies no nacieron para bailar, y eso ha sido un trauma muy fuerte en mi vida. Son muy grandes para mi estatura y eso es motivo de burla en el ballet”. Sin embargo, él, al igual que Ana, Giovanna y Greta, está entre los pocos bailarines que son concientes y críticos del impacto que esto tiene sobre sus vidas y de alguna manera, han logrado mantener esa presión bajo control. Roberto, por ejemplo, se ha dado cuenta de que sus pies “grandes”, le permiten una mayor estabilidad al bailar, y ha aprendido a utilizar eso en su favor.
Ana Lucía Liedo es bailarina profesional, egresada de Joffrey Ballet School en Nueva York. Se incorporó al Ballet de Jalisco en 2016, pero desde el 2018 trabaja como bailarina independiente. En llamada con Gatopardo explica que para ella el ballet siempre ha sido como una relación tóxica de pareja. Durante su infancia, durante una de sus clases de danza, una maestra le pegó con un palo a una de sus compañeras para que estirara la rodilla. “Desde ahí fue muy claro el ambiente de violencia en el que estaba viviendo. Después de ver eso me volví más consciente de los comentarios que la maestra hacía respecto a nuestras figuras”. Si subía de peso le daba consejos para dejar de comer. “No me decía que estaba gorda, pero me decía que cada vez que comiera tenía que dejar un poco de comida en el plato, que nunca me lo acabara, cosas así”.
Miedo
Tras su experiencia viviendo en Europa, Ana Estela Navarro piensa que la danza clásica opera con lo que ella llama “la política del miedo”. El sistema del ballet es jerárquico y exige un respeto incuestionable a la autoridad, llámese profesores, directores o coreógrafos. “Se habla mucho del respeto que los alumnos le deben a sus superiores, pero esto se presta al abuso de poder”.
Greta Elizondo también ha experimentado esta política en México. “Creo que es una táctica no consciente, o al menos yo quiero pensar que no es consciente, de manipulación y control”. La solista cree que la intención de este esquema es motivar y crear un nivel competencia alto. “A mí me han tratado así siempre y he dado resultados, pero a otras bailarinas las ha deprimido o de plano les ha arruinado la carrera. Yo he hecho bien las cosas sobre el escenario, he bailado de todo, pero emocionalmente sí he estado fatal”.
Cuando habla de sus maestras, Ana Lucía Liedo describe a muchas como “agresivas”, como personas que la marcaron. “Tuve una que nos decía que (nuestro desempeño) hacía que odiara lo que ella más amaba, como si nosotras fuéramos lo peor que le pasó en la vida”. Cuando se crece en un contexto así, la presión por no cometer ni el más mínimo error, se vuelve cada vez mayor. Cuando Liedo llegó al Ballet de Jalisco le preguntaron por qué bailaba con miedo. “Salía a bailar siempre con una enorme necesidad de aprobación y al mismo tiempo asustada de que me fueran a gritar por haberlo hecho mal”.
La oferta laboral para los bailarines es muy reducida y la competencia por cada uno de esos puestos inmensa, así que para conservar su trabajo ellos deben cuidar cada paso quedan. “Tu plaza en una compañía es sumamente valiosa porque es casi imposible encontrar una en otro lugar, especialmente conforme vas creciendo, entonces nosotros como bailarines terminamos aceptando que hagan lo que sea con nosotros. Tienes que aguantar”, afirma Greta Elizondo.
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