«Quiero ser libre”. Así desertó de la URSS Rudolf Nuréyev

El 16 de junio de 1961, Rudolf Jametovich Nureyev (1938-1993) protagonizó un audaz acto de deserción que lo convirtió en el primer bailarín soviético en romper las cadenas de la Guerra Fría y quedarse en el mundo occidental.

Desafiando las estrictas reglas impuestas a los artistas durante las giras en países occidentales, Nureyev pronunció valientemente la frase «quiero quedarme y ser libre» frente a los agentes de la policía francesa.

A comienzos de los años 60, Rudolf Nuréyev emergió como un joven bailarín de 23 años que formaba parte del prestigioso Ballet Kirov de Leningrado. A lo largo de más de dos siglos, esta compañía había cautivado a audiencias en Rusia y, ya en esa época, en la URSS, pero nunca se había aventurado más allá de sus fronteras. Sin embargo, todo esto cambió en 1961, cuando las autoridades soviéticas autorizaron al ballet a emprender una histórica gira por el extranjero, con París y Londres como destinos destacados.

Aunque el Ballet Kirov contaba con sus artistas y técnicos, la expedición también incluía a varios miembros de la KGB, cuya tarea era encargarse del protocolo, organizar la agenda de viaje y velar por el comportamiento de los ciudadanos soviéticos, quienes tenían terminantemente prohibido interactuar con personas occidentales. A Nuréyev no le importaba mucho seguir las reglas, ya que, desde que puso un pie en suelo francés, decidió cautivar a París y desafiar las restricciones que le imponían.

No tardó en entablar amistad con varias de las destacadas personalidades de la sociedad parisina que habían sido invitadas al acto de bienvenida de la compañía. Entre ellos, destacaba el bailarín y coreógrafo Pierre Lacotte, quien le presentó a Clara Saint, una joven de clase alta de origen chileno que en ese momento era pareja de uno de los hijos de André Malraux, un aclamado escritor y también ministro de Cultura francés.

Sus escapadas y su espíritu bohemio no pasaron desapercibidos para los atentos miembros del KGB, quienes registraron cada una de sus pequeñas desviaciones en informes diarios enviados a Moscú. La situación se volvió tan compleja para los soviéticos que, en muy poco tiempo, las autoridades decidieron que el bailarín abandonase la gira y regresase inmediatamente a la URSS.

Esta solución fue un verdadero golpe de realidad para Konstantin Sergeyev, director del ballet, y su esposa, Natalia Dudinskaya, primera bailarina de la compañía.

Después de haber triunfado en el Palais Garnier, el Ballet Kirov había aceptado actuar en el Palais des Sports, un enorme recinto con capacidad para 5.000 personas que, sin la presencia de Nuréyev, sería extremadamente difícil de llenar. Preocupados por el posible fracaso en taquilla, Sergeyev y Dudinskaya decidieron acudir al embajador soviético en la capital francesa para que intercediera en favor del artista y lograra cancelar la orden de repatriación.

Aunque la embajada soviética logró cancelar la orden contra Nuréyev, no pudieron poner fin a sus escapadas nocturnas ni a su desafío hacia los agentes de la KGB. Estos últimos informaron nuevos detalles sobre el artista, que la moral soviética y la seguridad nacional consideraban inaceptables. Revelaron que era homosexual y que sus amigos franceses eran agentes de inteligencia occidentales.

La situación se volvió tan grave que, aprovechando el inminente viaje de la compañía a Londres, los agentes decidieron enviar a Nuréyev de regreso a Moscú en lugar de permitir que tomara ese vuelo. Con el fin de evitar problemas, tomaron la decisión de comunicárselo apenas momentos antes de que los miembros del Ballet Kirov abordaran el avión con destino a Inglaterra. Como explicación, recurrieron a su ego, argumentando que debido a su inmenso talento, había sido reclamado para actuar exclusivamente en el Kremlin.

«En un instante lo comprendí todo: Europa ya no era una opción para mí, mi espíritu indomable no era apto para la exportación y me vería obligado a quedarme en Rusia, castigado y en la oscuridad», recordaría más tarde Nuréyev.

Cuando Clara Saint volvió a aparecer en escena con unos cuantos gendarmes a su lado, le recomendó a Nuréyev que hiciera una estratagema y saliera corriendo hacia los policías. Aprovechando un descuido por parte de los agentes de la KGB, el bailarín logró zafarse de ellos y llegó hasta los oficiales franceses. Se desencadenó una feroz lucha entre los franceses y los soviéticos, quienes se empecinaron en recuperar a su presa. Todo se detuvo abruptamente cuando uno de los gendarmes pronunció un tajante «No me toque, estamos en Francia».

Fue así como las agresiones cesaron y llevaron al bailarín a una comisaría de policía, donde se le dio la opción de elegir su destino: quedarse en París o regresar a Moscú.

«Ese día, sus lágrimas fluían sin cesar. Buscó consuelo en su madre, pero su padre rehusó hablar con él. La madre, llena de preocupación, le dijo: «¿Te das cuenta de la gravedad de lo que estás haciendo?». Él respondió con convicción: «Mamá, la pregunta que no me has hecho es si, estando aquí, soy feliz. Y sí, lo soy, y eso es lo más importante». – Pierre Lacotte (1932-2023).

Nuréyev tomó la decisión de quedarse en Francia. Durante los primeros días, mantuvo su paradero en secreto para evitar ser acosado por las autoridades soviéticas y, dos semanas después de este acontecimiento, hizo su reaparición de la mano del chileno Raimundo de Larrain, quien le consiguió un lugar en el Ballet du Marquis de Cuevas. Fue con esta compañía que estrenó una puesta en escena de La bella durmiente. A pesar de que la velada fue saboteada por individuos que le tacharon de traidor, su actuación fue todo un éxito.

Nuréyev encontró refugio político en Francia, siendo estigmatizado como traidor en la URSS. Su talento triunfó en los más prestigiosos escenarios del mundo, siendo considerado uno de los mejores bailarines del siglo XX. No fue hasta los años 80 que regresó a su lugar de origen, cuando su madre yacía agonizante y la perestroika de Mijaíl Gorbachov comenzaba a desplegarse. Este acto abrió las puertas hacia una carrera internacional y le valió el merecido título de «el Nijinsky del siglo XX».

Que la memoria de Nureyev perdure eternamente en nuestras mentes y corazones, como un imponente legado que trasciende el tiempo. Que su espíritu revolucione cada paso, cada movimiento, evocando su grandeza y pasión por la danza. ¡Que su nombre resuene con fuerza y su legado sea eterno!

Rudolf Nureyev por Lord Snowdon (1980).
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